Todos los días cuando por Ramos Mejía para ir a tomar el tren me encuentro con situaciones repetidas. Al bajar del colectivo tengo que esperar el comienzo de la luz verde para cruzar, ya que no hay semáforo para peatones. Es una calle muy transitada y el tiempo para cruzar es muy corto.
Después me encuentro con el vendedor de galletitas “Rex” o chocolates “Hamlet” por dos pesos. Y luego con el pobre ciego, que muy fiel a su trabajo se encuentra antes de la entrada del túnel ofreciendo cartoncitos para la lotería. Aquí comienza la odisea de tomar el tren.
Primero el olor a orina y el piso inundado (si es que llovió). Después la interminable fila para sacar boleto (el cual ni te piden para entrar al andén). Muchas veces hay un cartel pegado en la ventanilla de venta que dice “viaje sin boleto”.
Una vez en el andén se pueden observar los dibujos de la pared de enfrente, realizados por un grupo de ayuda a personas con problemas como: Depresión, desórdenes alimenticios, etc.
También hay negocios de comidas rápidas (vendiendo pancho y hamburguesa a primera hora de la mañana).
Pasado un tiempo llega el tren repleto de gente, por suerte mucha de ella baja en esa estación, lo que me permite ingresar al vagón.
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